Varios estudios confirman la relación directa que existe entre nuestro estado psicológico y nuestra salud. Veamos como estar triste o excesivamente preocupado puede desencadenar enfermedades físicas.
La Organización Mundial de la Salud (O.M.S.) define un buen estado de salud como “el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedades”. Por tanto, tener una vida saludable no hace referencia en exclusiva a no padecer una enfermedad física.
De todos es sabido que un sobresalto emocional nos puede provocar un ataque al corazón, o que estar sometido a una gran presión mental se puede reflejar en fuertes dolores de estómago.
Las alteraciones psicológicas pueden desencadenar problemas dermatológicos, endocrinos, cardiovasculares, gastrointestinales, reumas, trastornos neurológicos, pulmonares, renales, etc.
En primer lugar, nuestro malestar psicológico nos predispone a sufrir una enfermedad. Debido a nuestros problemas mentales podemos desatender el cuidado de nuestro cuerpo, bajando considerablemente las defensas. Los episodios de ansiedad pueden tensar de tal manera los músculos y determinados órganos del cuerpo que sobrepasen su resistencia natural.
Un estado de tristeza o desesperanza puede afectar negativamente a la recuperación de una enfermedad, haciendo que esta se haga crónica. La eficacia de un tratamiento se ve afectada, en gran medida, por la actitud psicológica que adoptamos ante la recuperación.
Por tanto, el estado psicológico de la persona influye decisivamente en la aparición y desarrollo de la enfermedad. Como nos dicen los psicólogos clínicos del Centro Ánimus, un gabinete de psicología con sede en el barrio madrileño de Barajas, reconocido por la consejería de salud de la Comunidad de Madrid, estos problemas psicológicos nos pueden suceder a cualquiera. En nuestro día a día atravesamos determinadas situaciones que nos pueden poner a prueba. Bien sea en el trabajo o en nuestras relaciones personales. Provocándonos un malestar mental que puede tener una correspondencia física.
Las enfermedades psicosomáticas.
Un ejemplo claro de la relación entre mente y cuerpo son las enfermedades psicosomáticas. Aquellas que tienen su origen en trastornos psicológicos mal gestionados. Puede ser que no controlemos la ansiedad y el estrés o que nos sintamos superados por pensamientos o sentimientos que nos sobrepasan. Lo cierto es que esta presión mental se traduce en malestar físico.
La web de psicología Psicotep habla de las enfermedades y trastornos psicosomáticos. Estos son algunos de los más frecuentes:
- Jaquecas. La actividad cerebral intensa que realizamos cuando estamos excesivamente preocupados puede generar fuertes dolores de cabeza. El estado de ansiedad en el que nos encontramos hace que tensemos toda la parte superior del cuerpo: los hombros, el cuello, la mandíbula, los músculos faciales, generando una presión continua y excesiva sobre el cráneo.
- Dolores de barriga. Se sabe que el estómago y los intestinos están conectados directamente con el cerebro por medio del nervio vago. En ocasiones padecemos dolores en el aparato digestivo que no tienen una explicación orgánica. Esto se debe a que el cerebro descarga la tensión acumulada sobre estos órganos. Así, por ejemplo, la rabia, la sensación de impotencia, el miedo excesivo a una situación nueva puede provocarnos una irritación del colon o de las paredes del estómago.
- El vértigo. El vértigo es un trastorno neuronal que muchas veces tiene un origen mental. Ante determinadas situaciones sentimos que nuestra cabeza se nos va. No hay una relación orgánica entre la causa y el mareo. Lo que existe es una asociación de ideas que desencadena un episodio de pánico o ansiedad, ante la que el cuerpo responde con un desmayo, una desconexión.
- Síndrome de fatiga crónica. Este es un estado físico en el que nos encontramos sin energía para realizar las tareas cotidianas. Se sabe que la causa más común de este síndrome es el estrés crónico, el insomnio y la depresión.
- Enfermedades de la piel. Determinadas enfermedades de la piel y erupciones cutáneas pueden tener su origen en desórdenes psicológicos. Es el caso de la psoriasis, una descamación del cuero cabelludo; o del vitíligo, una pérdida de pigmentación irregular de la piel. Aunque no es la única causa posible, puede suceder que el estrés emocional provoque un mal funcionamiento de los linfocitos que ocasione un crecimiento desordenado de las células de la piel, provocando áreas inflamadas o escamosas.
- Infartos de miocardio. Según los cardiólogos, los ataques de ira aumentan la posibilidad de sufrir un accidente cardiovascular. Como si fuera un mecanismo de defensa, el cuerpo acelera la respiración y el ritmo cardiaco. Liberando una gran cantidad de células grasas en la sangre, que al no ser quemadas a tiempo, terminan adheridas a las arterias, paralizando la circulación sanguínea y provocando el colapsando del corazón.
- Fibromialgia. La fibromialgia es una enfermedad degenerativa que se traduce en una hipersensibilidad muscular que provoca dolor y cansancio. Aunque no podemos decir que tenga un origen psicosomático, su desarrollo está ligado al estado psicológico del enfermo. La sensación de impotencia y el insomnio habitual contribuyen a que la enfermedad se vaya agravando.
Los hábitos psicológicos mejoran nuestra salud.
Si bien hemos visto que los trastornos psicológicos pueden provocar enfermedades físicas, también es cierto que cuidar nuestra estabilidad emocional puede subir nuestras defensas y hacernos más fuertes ante la enfermedad. La revista digital Psicología y Mente nos habla de hábitos psicológicamente saludables. Costumbres que si las integramos en nuestra vida nos hará sentirnos más sanos. Estos hábitos son:
- Mantener el cerebro activo. La inactividad cerebral predispone a la inactividad física. Por ejemplo, si cogemos las vacaciones y las destinamos a estar todo el día tumbados a la bartola, cuando regresemos al trabajo, nos costará un suplicio adaptarnos y nos cansaremos con facilidad. No hace falta hacer nada del otro mundo para mantener activo el cerebro. Basta con leer, escribir, hacer crucigramas o jugar a un juego de estrategia como el ajedrez. Realizar estas actividades con frecuencia nos protege de enfermedades neurodegenerativas.
- Plantearse metas. Proponerse metas mantiene la mente activa y el cuerpo en predisposición de movimiento. Esta actitud reduce la posibilidad de enfermar. Se dice que los trabajadores autónomos nunca enferman. Aparte de que están más desprotegidos en la seguridad social que los trabajadores por cuenta ajena, en su vida profesional están tan ocupados que no se pueden permitir enfermar. Ojo con este punto, puesto que puede tener un efecto contraproducente. Cargarnos en exceso de tareas y objetivos que no podemos cumplir nos puede llevar a padecer estrés.
- Dormir lo suficiente. Debemos dormir todos los días entre 6 y 8 horas, y hacerlo, en la medida de lo posible, en el mismo horario. Quitarnos horas de sueño por nuestras preocupaciones nos provoca un cansancio físico y mental que desemboca en enfermedad.
- Ser asertivos. La asertividad consiste en decir lo que pensamos, procurando no dañar a los demás y eligiendo el momento oportuno. Callar nuestros pensamientos y sentimientos, sobre todo, de aquellas cosas que nos dañan, nos lleva a un estado de tensión emocional que tarde o temprano explotará por algún lado. Puede ser por medio de una enfermedad mental, física o enfrentándonos innecesariamente a nuestro entorno.
- Expresarnos creativamente. La creación artística es un canal que permite sacar al exterior nuestras emociones y canalizar nuestras energías. Escribir, pintar, tocar un instrumento musical, hacer cerámica son actividades que descargan tensiones y nos generan una sensación de bienestar. Sigmund Freud hablaba en sus escritos del carácter terapéutico del arte y, recientemente, se ha desarrollado el arte-terapia como una herramienta útil para prevenir y curar desórdenes psicológicos.
- Desconectar un rato. Aprender a desconectar cada día durante unos minutos de nuestras preocupaciones diarias es un hábito saludable que nos ayuda a descargar tensiones y a resetear nuestra mente. Lo podemos hacer de muchas formas: salir a pasear un momento, escuchar música, echar una siesta, ver un programa insustancial de la televisión. Digamos que es una necesidad que nuestro cuerpo y nuestro cerebro nos demandan para funcionar adecuadamente.
- Conectar con la naturaleza. Pasear de vez en cuando por el campo o realizar una escapada a la montaña, además de respirar aire puro, que es beneficioso para nuestro organismo, nos permite relajarnos y entrar en contacto con el medio natural. Un medio transmisor de energía. La naturaleza nos sumerge en un biorritmo tranquilo que consigue restablecer los parámetros beneficiosos para nuestro cuerpo.
Muchos de estos hábitos nos hacen sentirnos bien, sentirnos alegres. La alegría es una emoción que favorece el fortalecimiento de nuestras defensas. Se dice que las personas alegres viven más. No es un mito. Un estado de ánimo positivo aumenta la producción de serotonina y, por tanto, la sensación de bienestar. Nuestro cuerpo no se siente en peligro y se muestra más fuerte.
Llevar una existencia tranquila también nos alarga la vida. Las preocupaciones mentales y los desórdenes psicológicos como el estrés y la ansiedad generan una tensión física y un desgaste de energía que erosiona el cuerpo.
La conexión entre la psicología y la salud física es tan evidente que muchos médicos derivan a sus pacientes a las consultas de los psicólogos como un complemento para superar la enfermedad.