La vida conviviendo con un dolor crónico: esta es mi historia

Podría comenzar a modo de película de Alejandro Amenábar. “Hola me llamo Laura, tengo 42 años y vida es un horror”. Si ya he conseguido tu atención, ese era mi objetivo. No quiero dar pena, simplemente contarte mi caso. Desde hace más 10 años convivo con un dolor crónico que ha cambiado por completo mi vida. Digo convivo por usar bien el lenguaje castellano, quizás lo que tendría que decir es malvivo.

Yo antes era una mujer activa, que trabajaba en una oficina y disfrutaba saliendo con mis amigos y mi familia. Jugaba al pádel y la verdad es que no lo hacía nada mal. Ahora, mi rutina diaria está marcada por el dolor constante y la frustración de no recibir el reconocimiento que pido por parte del sistema de salud de este país. No sé si lo que siento es dolor, frustración, rabia, odio…lo que está claro es que no le deseo esto a nadie, ni a mi peor enemigo, ni al médico que es incapaz de empatizar conmigo.

Cada mañana despierto con la esperanza de que sea un día diferente, pero la realidad es que el dolor siempre está conmigo. Una sombra que nunca se va y que ha venido para quedarse toda mi vida. ¿Por qué?  Es la pregunta que me hago desde que me despierto hasta que me acuesto. A veces no tengo ni ganas de preguntarme, porque me cuesta tanto levantarme que me cuesta horas poder empezar mi día. Algo tan básico como vestirme, cocinar o simplemente caminar por la casa se han convertido en un reto. ¿Merece la pena vivir así?

Ganas de llorar

Mi médica especialista dice que sí, que yo puedo con esto y con más. A pesar de las múltiples pruebas médicas y diagnósticos que han confirmado mi condición, es decir, que no puedo hacer nada, que me come este dolor, la Seguridad Social se niega a concederme la incapacidad. Está claro que para ellos, si no estoy en una silla de ruedas o con una enfermedad “visible” no lo necesito. Todo lo demás significa que puedo trabajar. Muy bien. Supongo que no entienden que el dolor es incapacitante, que me limita cada aspecto de mi vida y que ya no soy la persona que era. Son ganas de llorar por dentro y por fuera. Un dolor interno y externo.

He pasado por un sinfín de trámites burocráticos. Me he hartado de llenar formularios, de presentar informes médicos y de pasar por pruebas que parece que en vez de ir a una prueba médica voy a un juzgado, por supuesto donde yo soy la acusada y me tengo que defender. Como decía Belén Esteban, “ni que fuera yo Bin Laden”. Y lo único que he recibido es que me han rechazado varias veces la solicitud de incapacidad, argumentando que “puedo desempeñar otras labores”. ¿Qué labores puede hacer una persona que no puede ni moverse por culpa de este dolor crónico? Ni ellos lo saben. Sé que hay mucha gente en mi situación, eso es cierto.

Desgaste emocional

Pero si mis huesos y músculos se van desgastado, igualito le ocurre a mi mente. El desgaste emocional está siendo inmenso. No solo lucho contra el dolor físico, sino también contra la ansiedad y la depresión que esto me ha causado.

Por supuesto, y ahora que los políticos hablan tanto de salud mental, que sepan que he tenido que acudir a un psicólogo porque la impotencia de no ser escuchada y de sentir que mi sufrimiento no tiene quien lo escuche me ha llevado al límite. Es difícil explicar lo que se siente cuando la sociedad y el propio sistema de salud te dicen que no es suficiente con estar enferma, que además tienes que demostrarlo una y otra vez.

Afortunadamente gente como los profesionales del centro de psicología Canvis sí te ayudan y al menos te hacen la vida más llevadera. Allí realizo una terapia psicológica para el dolor crónico que me está viniendo muy bien. Mi psicóloga se centra en trabajar en terapia la aceptación del dolor y todos los aspectos del dolor crónico así como sus consecuencias para hacerlo más soportable. Y bueno, al menos, se lleva…que no es poco.

Como me dicen, “aceptar el dolor crónico abre el camino del compromiso para seguir haciendo todo aquello para lo que valemos pero con las limitaciones actuales”., y en estas estamos. Mientras espero a que la Seguridad Social se digne a darme una incapacidad, porque señores, no puedo hacer nada. Me duele el cuerpo, me duele el alma. Sin embargo, sigo luchando, porque sé que hay muchas personas como yo que necesitan ser escuchadas.

Compartir

Más articulos

Scroll al inicio